En silencio.

En silencio la vida se escucha. El estrambótico ruido mental desaparece. Es el silencio, las yemas de mis dedos y estas teclas las que están haciendo magia.

Es el silencio un gran protagonista.

El que permite que uno piense, que entienda, que reflexione, el que me sumerge a través de mis traumas más oscuros y en mis más gloriosos momentos.

Tengo la hipótesis de que quien no disfruta el silencio no aprecia la vida. Pues a quién no le gusta detenerse en silencio, y con calma inspeccionar en lo que ha pasado, inspeccionar sobre el sitio en el que está no puede pretenderse que le guste entender lo que sucede con su vida.

El equilibrio se siente en un ambiente callado, no en alguno alborotado.

El silencio por sí mismo es hermoso y no es peligroso, pero debe saber manejarse. Puede ser un gran aliado en muchas de nuestras batallas si es que somos pacientes o entendemos que todo lleva un proceso.

Si entendemos que debemos dejar de culparnos por las cosas que pasan, incluso cuando efectivamente, estuvieron en nuestras manos.

Reconozco que es un arma de dos filos, dos poderosos filos.

El silencio es benevolente si el amor es suficiente.

El silencio sin amor puede ser caótico y abrumador. Puede ser desolador. 

El silencio sin amor es caer por una noria infinita mientras rasguñas las paredes, para después romper tus dedos, para desgastarte y finalmente romperte sin siquiera haber tocado el fondo.

El silencio es antídoto y enfermedad.

El silencio puede ser como la muerte, y deberíamos ser más amables con la muerte.

Es el escenario perfecto para prestar atención a los detalles de la naturaleza, a los latidos del corazón, al ritmo de nuestra respiración, a cualquier introspección. ¿Por qué el ser humano lo rechaza tanto?

Es un buen lente y un buen desintoxicante.

El silencio frente a la persona que amas suele ser revelador. El silencio frente a la persona que no te ama suele serlo aun más.

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