Ruleta rusa parte 1.

Y te vi tan atractiva aun cuando supe que me arruinarías la vida. Nada bueno saldría de esa relación fruto de infidelidad, nada aquello saldría de haber conocido a alguien más cuando ya me encontraba con una persona tantos años.

Nada bueno saldría de dejarme llevar por el ímpetu de una juventud fingida, de una sonrisa arrebatada, de una química infundada, nada bueno saldría producto de la atracción, de la confusión del amor con el deseo, de la confusión y contraste del perfecto aroma de tu piel con el aroma crudo y real del sudor, rasposo, dulce, desagradable como la sal... Nada bueno saldría del enojo, de los celos, de aquel amargo sentimiento que me llevó a encontrarte.

Nada bueno saldría de encontrarme contigo aquella noche y enamorrme de tu efusividad, de tus cualidades, virtudes despojando tus defectos.

Aquella noche en que me acerqué a ti sin acercarme, desde aquel sillón, en el que debatí sobre mi futuro sin enterarte aun de ello.

Recuerdo no querer besarte porque significaba el fin de mis gestos de fidelidad, el fin del predicamento que llevaba de haberme recuperado, el fin de la admiración y de todo aquello que presumía durante años, el fin de mi estabilidad, nada bueno tendría fijarme en ti... Pero como de costumbre, aquel deseo me desmoronó, como de constumbre y mi afición por equivocarme entonces caí sin más entre tus brazos, entonces me dejé llevar y sentí aquella calidez de tu piel que confieso no me imaginaba tan perfecta como la sentí esa vez, entonces accedí a sentir tus dedos entre mi vientre, y aunque sabía que para ti era un jugueteo en el que no pretendías ganar, aquel suave juegueteo sin competencia... Aún así, tus manos me ganaron, tu respiración sobre tu cuello me dejo tentada a querer sentirte una vez más... La palidez de tu piel, el rojo desgastado de tus labios, el aroma de tu cuerpo, la emanación de tu energía, el natural, caluroso y falto de pudor movimiento de tu lengua, tu cabello tan llamativo, tan fino y tan despeinado, tu sonrisa infernal y sin censura, el rojizo de tus mejillas acaloradas, la puerta de tu clóset en la recargaba mi estremecida espalda, todo aquello creó una atmósfera que tan sólo me dejó con ganas de más...

Entonces aunque sabía que nada bueno saldría, aunque sabía que quizá mi vida se arruinaría, no podía omitir aquella desesperada ambición de mis labios por vivirte... Porque cada que te besaba encontraba esa alucinante sensación de orgasmo permanente y viajero, no era sólo mi cuerpo, no eran sólo mis terminaciones nerviosas, era toda mi mente concentrada en ello, era la sensación de seguirte besando cuando ya no estabas, era el deseo de escucharte respirar en mi oído, y era la ferviente emoción por conocerte.

La ruleta rusa, el tiro de gracia, el último golpe tú lo diste... entre mi vida y amor casi perfecto y relativamente estable, que aún con todos los percances toleraba, y hasta amaba... Mi historia de película y mi final de felices por siempre parecían difuminarse desde que te vi, entre amargura, dolor y desesperación. Entre emoción, satisfacción, miedo y engaño. Entre mi más fuerte atracción, deseo, admiración y quizá un puberto enamoramiento...

Te vi, te sentí, y jamás quise dejarte ir...

Jamás quise dejar de sentirte, de pronto no podía imaginar mi existencia sin aquellas noches clandestinas en que te visitaba, mi pulso acelerado y aquel nerviosismo se volvieron una necesidad...

Te convertiste en aquel deseo de éxtasis que me hizo sentir viva...

Necesitaba vivirlo durara lo que durara... Arruinara lo que arruinara, pasara lo que pasara...

Necesitaba arriesgarme porque aquello me retorcía de placer, de intriga y de culpa desde las entrañas.

Entonces como el profugo delincuente que no soporta más la culpa lo confesé. Terminé con todo aquello, y aunque mil ideas pasaron por mi cabeza, y aunque tantos cambios con ellas llegaron, desde hace mucho no sentía todo aquello que sentí. La viveza de tu enredo. La libertad de mis deseos.
Todos aquellos pecados conjugados que me obligaban a irme al infierno, como acto de suicidio. Que me llevaban a un lugar perdido sin ninguna mano atada a la mía o voz que me guiara.

Decidí partir a lo desconocido. Decidí gritar lo que ya no podía guardar, decidí mandar mi vida al diablo, decidí apostar sin posibilidades. Decidí que mis emociones me lastimaran a mí, pero ya nunca a nadie más. Que el dolor que yo causara fuera parte de una historia, fuera parte del pasado, pero ya jamás fuera el presente, mucho menos el futuro. Entendí que no estaba hecha ni mucho menos preparada para lo que todos pensaban que lo estaba...


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