La partida de Joan.

Y entonces se encontraba ahí intepretando los latidos inhertes de su corazón. Su corazón se había ido, el alma solidificada como la flor frágil y marchita a la triste alba durante el crudo invierno.

Como las lágrimas de aquel cuerpo hipotérmico al morir.

Se encontraba ahí carente de sentidos, sumergido en escalofriantes emociones. No existía la paz, pero tampoco existía el delirio.

Aquel grito en su cabeza ya no existía más, se había convertido en una mirada vacía tras el rojo intenso de sus venas oculares.

Su cuerpo ya no pesaba... Tan sólo quedaba ya una exhalación infitnita emanando del centro superior de su cuerpo. Parecía recorrer desde la punta de sus hombros, desde los ligamentos laterales de su cuello, mientras su glándula tiroídea parecía desconcentrarse y su reacción difuminarse. Todo viajaba hacia el centro, concentrando en su pecho una extraña y pesada energía que parecía abandonarlo para siempre... Su exhalación marcaba el ritmo de aquella irremediable partida.

Su cuerpo semidesnudo azotado sobre el descuidado colchón cubierto por aquel edredón rojo como la sangre, suave como el terciopelo, amplio como el mar comparado a lo diminuto de sus ganas...

Sus ojos eran grandes y redondos, verdes y vacíos, sumidos y entristecidos... Su brazo escuálido  derecho reposando sobre el izquierdo, su piel tan pálida, con carencia constante de melanina, tan muerta desde que había vida. Su rostro dibujaba una auténtica e innata desperanza, como si jamás hubiera trazado ni por accidente alguna sonrisa.

Su piel era suave, pero intacta, sombriamente intacta....

Así fue la melancólica partida de Joan, así murió sin más.




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