Nocturnas confesiones.
Mujeres entre treinta y cuarenta años cansadas de ser
comparadas con jovencitas de veinte, o cansadas de escuchar a sus maridos
hablar sobre escenas del pasado o sobre sus cuerpos y la manera en que lucían
sus vestidos la noche de bodas.
Como en todo grupo habían algunos personajes clásicos que no
podían faltar, era María la típica mujer conservadora hasta en el nombre que
había sido “obligada” a asistir a la hora del desahogo por Paty, la liberal
madre soltera de su pequeño de nueve años; en búsqueda del hombre perfecto para
que sustituyera al padre de su hijo, siempre comparando a cada uno de sus
candidatos como si estuviese casada con tantos.
Maribel tampoco podía faltar pues era la mujer enamorada desde
la pubertad del mismo hombre, casi recién casada en ausencia de ideas sobre
infidelidad o lujuria. Era una santa, milagro que haya entregado su cuerpo a un
hombre.
Entre estas mujeres y algunas otras típicas se encontraba
Marisol, por el día; y por las noches su nombre era lo de menos. Marisol que
las escuchaba atentamente y no opinaba mucho, pues prefería escucharlas e
investigar sus puntos de ataque. Todas tras el fin de desahogarse o burlarse de
sus maridos, otras cuantas para
defenderlos, había también quien sólo iba a presumir sus triunfos tras sus
tácticas de conquista.
Eran tantos los propósitos que no existía uno específico y
esto ya no se entendía, así que para Marisol, la más inteligente del grupo, eran
un montón de viejas chismosas carentes de un buen sexo.
Susana se preguntaba donde había dormido su hijo la noche
anterior, mientras Josué, hijo de Susana, despertaba entre las sábanas de la
recamara de Marisol.
No era despampanante, ni tenía un cuerpo de veinte años como
los comentados por las demás mujeres, tampoco hacía un sexo milagroso, ni
buscaba maridos para conquistarlos, sólo callaba y era inteligente. Mentalidad
abierta y un cuerpo semiatlético le bastaban para con su carisma rematar.
Las pláticas le ayudaban a administrar su tiempo e innovar
ideas que pudieran rendir aun más a aquellos hombres sin intención de hacerlo.
Ella no se consideraba ninguna zorra como seguramente la verían las demás y no
sólo ellas sino una sociedad entera. Tampoco se consideraba prostituta al tener
sexo y le dieran algunos cuantos lujos salidos de sus tarjetas, ella no pedía
nada ni vendía este recurso en un
orgasmo masculino desechado en su vagina.
Ella regalaba una relación como ninguna otra, no cobraba, no
recibía cúmulos de billetes de quinientos.
Andrés, esposo de María, cansado de las reglas ortodoxas de
su esposa hasta para ser tocada salía tantas noches desesperado en busca de
Marisol, había dejado esas noches en el bar hasta que llegaba completamente
ebrio a su casa y daba sermones a María así como le acusaba de ser frígida,
mojigata e insensible. María orgullosa pensaba que había aprendido algo
en aquellas reuniones y era este el motivo de los cambios de su esposo, pensaba
que a las dos de la mañana Andrés salía en lugar de a un bar, quizá a un parque
a tomar aire fresco, o a platicar con alguno de sus amigos pues llegaba
bastante tranquilo y “buena gente” con María. Claro que llegaría en reposo
después de quince minutos sobre aquel rojo sillón acolchonado con una mujer que
lo dominaba a sus ganas.
Sin embargo, esa noche era coincidencia, dos noches atrás había
sucedido algo similar y Marisol no había fungido como su amante sin control,
contrario a esto le había regañado y contado algunos de los comentarios que
hacía su esposa sobre sus sentimientos hacía él.
Era una mujer extraña y probablemente bastante
incomprensible para el mundo en el que vivimos, pero para los habitantes
masculinos de aquella historia era todo.
Marisol no se sentía menos, no se sentía mal por despedir a
Andrés y recibir a Eugenio al mismo tiempo pues todo se sabía entre ellos.
Fuera de disputas, la amistad era más fuerte.
El esposo de Patricia prefería mil veces que fuera como Marisol a saber
que a sus espaldas coqueteaba con quien se le ponía enfrente.
Marisol no callaba en las reuniones de mujeres por
hipócrita, miedo a ser descubierta, vergüenza o guardarlo secretamente, ella
sólo callaba por inteligente, porque sabía que más podía saber si escuchaba y
analizaba antes que hablar sin estar segura.
Ella disfrutaba de escucharlos y consolarlos, y cuando su
cuerpo lo requería, podía tener un placer extra, ella no era una prostituta,
era como su conciencia.
La trataban con respeto y jamás recibió una bofetada o algún
golpe o falta de respeto de los participantes en su historia. Todos parecían
estar enamorados de su dama favorita.
Era una mujer tonta ante los ojos de las otras, la solterona
del grupo típica que no puede faltar y sólo quiere ser parte de un grupo. Sin saberlo, era también parte de otro gran
grupo, sin horarios ni restricciones. Sin juicios ni tapujos. Sin divulgar sus
problemas entre todos, era todo tan personal con cada uno de ellos.
No se limitaba a respetarlas, pues ya bastante escuchaba de
sus esposas para saber que el respeto no existía.
¿Era Marisol teniendo una doble vida? O ¿Eran ellas quienes
la tenían?..
Ella con una taza de café en mano tan sólo se preguntaba si
tener una doble vida era parte de la vida misma.
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