Nocturnas confesiones.



 Ese grupo de mujeres tan ansiosas porque dieran las siete en el reloj, no era la cena, el té, o las salidas de sus maridos lo que ellas esperaban, era la hora en que al fin pondrían en práctica sus lecciones de las cuatro, y es que mientras sus hijos jugaban en el parque de enfrente, hacían sus tareas o se entretenían en sus computadoras; ellas se reunían a platicar sobre los resultados de la tarde anterior, reuniones extendidas cuando se dedicaban a verificar los resultados que obtenían por las noches.

Mujeres entre treinta y cuarenta años cansadas de ser comparadas con jovencitas de veinte, o cansadas de escuchar a sus maridos hablar sobre escenas del pasado o sobre sus cuerpos y la manera en que lucían sus vestidos la noche de bodas.

Como en todo grupo habían algunos personajes clásicos que no podían faltar, era María la típica mujer conservadora hasta en el nombre que había sido “obligada” a asistir a la hora del desahogo por Paty, la liberal madre soltera de su pequeño de nueve años; en búsqueda del hombre perfecto para que sustituyera al padre de su hijo, siempre comparando a cada uno de sus candidatos como si estuviese casada con tantos.
Maribel tampoco podía faltar pues era la mujer enamorada desde la pubertad del mismo hombre, casi recién casada en ausencia de ideas sobre infidelidad o lujuria. Era una santa, milagro que haya entregado su cuerpo a un hombre.

Entre estas mujeres y algunas otras típicas se encontraba Marisol, por el día; y por las noches su nombre era lo de menos. Marisol que las escuchaba atentamente y no opinaba mucho, pues prefería escucharlas e investigar sus puntos de ataque. Todas tras el fin de desahogarse o burlarse de sus maridos, otras cuantas  para defenderlos, había también quien sólo iba a presumir sus triunfos tras sus tácticas de conquista.
Eran tantos los propósitos que no existía uno específico y esto ya no se entendía, así que para Marisol, la más inteligente del grupo, eran un montón de viejas chismosas carentes de un buen sexo.
Susana se preguntaba donde había dormido su hijo la noche anterior, mientras Josué, hijo de Susana, despertaba entre las sábanas de la recamara de Marisol.
No era despampanante, ni tenía un cuerpo de veinte años como los comentados por las demás mujeres, tampoco hacía un sexo milagroso, ni buscaba maridos para conquistarlos, sólo callaba y era inteligente. Mentalidad abierta y un cuerpo semiatlético le bastaban para con su carisma rematar.

Las pláticas le ayudaban a administrar su tiempo e innovar ideas que pudieran rendir aun más a aquellos hombres sin intención de hacerlo. Ella no se consideraba ninguna zorra como seguramente la verían las demás y no sólo ellas sino una sociedad entera. Tampoco se consideraba prostituta al tener sexo y le dieran algunos cuantos lujos salidos de sus tarjetas, ella no pedía nada  ni vendía este recurso en un orgasmo masculino desechado en su vagina.

Ella regalaba una relación como ninguna otra, no cobraba, no recibía cúmulos de billetes de quinientos.
Andrés, esposo de María, cansado de las reglas ortodoxas de su esposa hasta para ser tocada salía tantas noches desesperado en busca de Marisol, había dejado esas noches en el bar hasta que llegaba completamente ebrio a su casa y daba sermones a María así como le acusaba de ser frígida, mojigata  e insensible.  María orgullosa pensaba que había aprendido algo en aquellas reuniones y era este el motivo de los cambios de su esposo, pensaba que a las dos de la mañana Andrés salía en lugar de a un bar, quizá a un parque a tomar aire fresco, o a platicar con alguno de sus amigos pues llegaba bastante tranquilo y “buena gente” con María. Claro que llegaría en reposo después de quince minutos sobre aquel rojo sillón acolchonado con una mujer que lo dominaba a sus ganas.
Sin embargo, esa noche era coincidencia, dos noches atrás había sucedido algo similar y Marisol no había fungido como su amante sin control, contrario a esto le había regañado y contado algunos de los comentarios que hacía su esposa sobre sus sentimientos hacía él.
Era una mujer extraña y probablemente bastante incomprensible para el mundo en el que vivimos, pero para los habitantes masculinos de aquella historia era todo.

Marisol no se sentía menos, no se sentía mal por despedir a Andrés y recibir a Eugenio al mismo tiempo pues todo se sabía entre ellos. Fuera de disputas, la amistad era más fuerte.  El esposo de Patricia prefería mil veces que fuera como Marisol a saber que a sus espaldas coqueteaba con quien se le ponía enfrente.
Marisol no callaba en las reuniones de mujeres por hipócrita, miedo a ser descubierta, vergüenza o guardarlo secretamente, ella sólo callaba por inteligente, porque sabía que más podía saber si escuchaba y analizaba antes que hablar sin estar segura.

Ella disfrutaba de escucharlos y consolarlos, y cuando su cuerpo lo requería, podía tener un placer extra, ella no era una prostituta, era como su conciencia.

La trataban con respeto y jamás recibió una bofetada o algún golpe o falta de respeto de los participantes en su historia. Todos parecían estar enamorados de su dama favorita.
Era una mujer tonta ante los ojos de las otras, la solterona del grupo típica que no puede faltar y sólo quiere ser parte de un grupo.  Sin saberlo, era también parte de otro gran grupo, sin horarios ni restricciones. Sin juicios ni tapujos. Sin divulgar sus problemas entre todos, era todo tan personal con cada uno de ellos.
No se limitaba a respetarlas, pues ya bastante escuchaba de sus esposas para saber que el respeto no existía.

¿Era Marisol teniendo una doble vida? O ¿Eran ellas quienes la tenían?..


Ella con una taza de café en mano tan sólo se preguntaba si tener una doble vida era parte de la vida misma.

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