El circo de las monstruosidades.



El atractivo favorito de Mariel tras sus pupilas dilatadas y fuertes risas perturbadores en su cabeza.. Los colores eran sólidos y fuertes contrastes existían en aquel lugar, paredes amarillas y negras con rojo salpicado como sangre desparramada sobre ellas, las risas eran macabras y sonoras, parecían acercarse al ritmo y dirección de su mirada. Eran sus brazos como enormes ligas capaces de alcanzar lo que deseara, y sus piernas enclenques y frágiles como deshuesadas; su cuerpo y su corazón no latía de una manera humana, saltaba al punto de salirse y se notaba entre su ropa.

El circo de las montuosidades carecía de humanos sin mutaciones genéticas y el techo tenía ángeles  macabros, con colmillos carcomidos, ángeles parlantes que le hablaban a Mariel.

Afuera era también bastante tenebroso, se escuchaba la fuerte lluvia y el sonido de soldados marchando como buscándola con armas torturantes y desgarradoras.

La entrada se encontraba entre un pasillo de penumbra y cuerpos jóvenes mutilados en ofrenda a la entrada. La vida propia era el sacrificio real.

Las neuronas dañadas de aquella jóven bella e inteligente que había desaparecido, esa jóven que era  Mariel y que lo daba todo sin necesidad de entregar a alguien más.
No había que pagar por el espectáculo  pues aquellos lo habían hecho al comprar aquella sustancia.

Dentro de aquel circo la pulcritud era asquerosa, la belleza petrificante y la normalidad generaba escándalo y perturbación.

Mariel era una mascota más y la burla del público. Atada con cadenas era sometida a bailar de una manera divertida y poco moral ante la sociedad en la que ella vivía terrenalmente. Era obligada a besar aquellos labios escamosos del dueño del lugar, a concebir con enfermos más criaturas para asegurar su continuidad una vez que terminara de exprimirse.. Era la moneda que ella pagaba.

En la tierra Mariel era una niña rica que nada le costaba en dinero dar al pobre, al necesitado, o bien a quien le ofreciera minutos de placer a cambio de una vida en la tortura.

Por las tardes al llegar de la escuela que le servía como una estancia o guardería le es útil a los niños, pues ni siquiera sabía las materias del curso correspondiente, entraba a su recamara maquillada de blanco por sus padres, más este vacío color no les preocupaba pues para la joven era tan gris o multicolor como las pastillas que consumía. Lo suficientemente fuerte el aroma de cuerpos bañados en sudor para cubrirlos con el más fino perfume comprado por su madre. No le bastaba cuando encontraba siempre en su nariz descargas atomizantes de sudor y sangre. Era tan perdida y tan castigada divinamente según el sacerdote que se había encargado de confesarla la última vez y a quien su padre pagó de más por intentar revindicarla sin ningún éxito obtenido.

Ella era un caso perdido, sus padres aun más abismales, ya nadie tenía control sobre Mariel. Ella había perdido el suspenso por la entrada al circo y el miedo que sentía las primeras veces tras las paredes y las miles de preguntas sobre lo que habría al traspasar las cortinas principales. Ella ya no tenía temor de entrar pues jamás volvería a hacerlo. Ella era habitante de él, lamentablemente así como no podía ingresar tampoco había manera de salir. En trance ante su hermana, la mirada estaba de más.  El exterior no era nada para Mariel. De que servía si estaba ella tan atrapada entre tanto dolor?  Era un desahuciado sin final. La música que era su motor se había convertido en aturdidor cuchillo a sus  débiles y asustados tímpanos.

La vida había se había resumido a un sustantivo abstracto irrelevante.



Morir para ella significaba tan solo acabar con la función, cerrar aquel tétrico telón.

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