Melancolía restante
Había estrellas pero ella no podía verlas. Cualquier hora del día parecía tener la melancolía de las seis de la tarde.
Se preguntaba si había valido la pena elegir la soledad y esas ideas modernistas sobre la maternidad. Igual hubiera sido peor pensaba, jugando a crear escenarios con matices más miserables que el de su propia existencia.
Confiaba en el libre albedrío y ahora estaba ahí sentada, acompañada de su dudoso albedrío con una botella de vino a medio terminar y etiqueta desgastada, era un cabernet que no estaba acompañando con ningún corte premium como lo acostumbraba en su vida pasada. Esta vez era un denso cabernet sobrado de alguna cena de hace tiempo que pretendía saborear al igual que un merlot al atardecer.
Y no podía ver más allá de ello. Sin siquiera el ánimo de ir a su vieja cocina por alguna copa tocada por marcas de agua, se limitaba a ver el borde superior de la etiqueta desgastado por sus irregulares uñas mordidas después de uno de sus tantos episodios de ansiedad y pánico hacia su elegida soledad.
De joven lo había sido todo, pero le costó caro pues su juventud le duró poco.
Había estrellas pero ella no quería verlas. Cualquier hora del día parecía tener la melancolía de las seis de la tarde.
Su existencia era deambulante y purgatoria.
Si se atrevía a salir de casa vería niños en el parque, niños a los que siempre rechazó pensando que le robarían su tiempo y juventud. Pero ahora era ella como una especia de prófuga ladrona de sonrisas de estos niños, a los cuales veía a escondidas intentando adjudicarse el motivos de sus risas y sonrisas. Mientras sus padres agachaban la mirada para continuar actualizando sus redes sociales llenas de falsedades, lujuria y otros pecados capitales.
A los niños les faltaba la sonrisa de sus padres, pero a ellos no les importaba pues podrían tenerla en cualquier otro momento, aunque en realidad nunca las buscaban y ahí estaba ella esperando alguna migaja de felicidad de algún niño, le gustaba creer que le habían sonreído a ella aunque no fuera así.
No tenía mucho sentido de la hora, pero una vez oscureciendo los niños solían irse, y su termo de café lleno de whisky solía acabarse.
Entonces regresaba a casa, abría esa puerta pesada de madera con desgano mientras se atoraba con alguno que otro objeto reposando en el suelo desde días atrás. Se lanzaba al sofá con olor a polvo y aunque tenía un gran ventanal característicos de los edificios viejos de su ciudad, que la mayoría de sus vecinos solían aprovechar bien, ella no miraba jamás a través de la ventana, se limitaba a ver el techo hasta dormir, y una que otra noche lo alternaba con la etiqueta desgastada de sus vinos. Algunas veces esta rutinaria actividad le alcanzaba hasta la mañana siguiente como esa mañana en que la alcanzaba la melancolía de las seis de la tarde.
Había rechazado un amorío con un muchacho que consideraba sincero y de vez en cuando se sentía tentada a buscarlo, pero se detenía ante el brote estúpido de su arrogancia.
Tenía salida, de hecho, tenía muchas salidas pero ella jamás las veía, jamás quería y esto era la parte miserable.
Tantos caminos por recorrer, tantas elecciones por resarcir, no podría decir que su vida era la consecuencia porque aún tenía oportunidad, pero no las ganas...
Así un día decidió rendirse, entre estas viejas etiquetas de vino, y no fue a través de ningún arma, ni sustancias ilegales, sólo su alma decidió morir... En medio de la soledad. Existía pero no vivía, y nada podía hacerla cambiar de opinión... Decidió existir pero ya jamás vivir.
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