Reflexión.

Recuerdo mucho cuando era niña y esos concursos de ortografía. Me enamoré de la idea de saber que podía describir mis emociones de una manera más acertada, más cercana a lo que deseaba expresar... Me gustaba escribirlo porque sentía que no tenía a quién decirlo... Así, primero mis libretas se convirtieron en mi espacio más seguro, después fue mi computadora...

Así nació mi gusto por escribir. Ahora veo que me gusta pensar lento porque me gusta sentir cada palabra que escribo. Y lo pienso y lo vuelvo a pensar una y otra vez hasta que articula perfecto para mí. Así que la mayoría de las veces durante las pláticas me pierdo tanto articulando las palabras en mi mente que termino por no decir nada.

Y es difícil porque cuando escribo es como si fuera mi versión más saludable, sin la amenaza de la ansiedad. Pero fuera de los escritos la amenaza es muy latente... Algunas veces son las personas, otras cuantas el lugar, o la luz, o cualquier otro factor que yo creo que para el resto son absurdos. Y quisiera que para mí también lo fuera. Pero no es asi...

No importa si es mi amigo de toda la vida, algunas veces me quedo sin saber qué decir porque me recorre ese nerviosismo extraño, y bueno, creo que ya lo saben.

Pero es de lo más reconfortante saber que lo entienden, y sólo sonríen. He considerado que tengo a los mejores amigos porque algunas veces hablo y hablo y hablo, evidentemente en esos momentos estoy de lo mejor, pero a veces no. Y al menos no me hacen sentir más incómoda de lo que ya me siento.

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